Un 22 de abril de 1970, el Presidente de la República, Eduardo Frei Montalva, firmó la Ley 17.301 que dio vida a la Junji, normativa en la que participó, entre otras personas, Rebeca Soltanovich, en su calidad de directora de la Escuela de Educadoras de Párvulos de la Universidad de Chile. Junji se convertía en la primera institución de América Latina dedicada a la primera infancia.
Si bien lo anterior parece sacado de un libro de historia, y a pesar de que la semana aniversario ya pasó, hubo un momento en especial que nos marcó y que queremos volver a revivir: tuvimos el honor de contar en las oficinas de la Dirección Nacional de la Junji (Dirnac) con tres profesionales coetáneas a estos acontecimientos mientras cada una de ellas cursaba sus estudios universitarios: las educadoras de párvulos, Gerda Veas y Nuri Gárate y la asistente social, Eugenia Aránguiz, quienes compartieron con funcionarias y funcionarios sobre sus décadas de experiencia en la Junji, anécdotas y el sentido con el que nació dicha institución de educación inicial.
El encuentro contó con la participación de la vicepresidenta ejecutiva de la Junji, Daniela Triviño, quien destacó que “las personas que llevan muchos años en la institución generan nuestra historia”; al mismo tiempo, recordó cuando en 1969 la voz de las mujeres organizadas se hizo escuchar en el Teatro Caupolicán de San Diego para que existiera una moción en Chile sobre primera infancia. “Las mujeres tuvieron la certeza de que juntas podían luchar para que la Junji naciera, al principio con tan sólo 600 niños y niñas”, dijo.
En el encuentro, las invitadas conversaron sobre los primeros años de la Junji y del agitado contexto político y social, citando el libro Los niños del 70, publicado en 2015 por Ediciones de la Junji.
Gerda Veas, quien en esos años egresaba de la Carrera de Educación Parvularia en la Universidad de Chile en Santiago, señaló que “supimos lo que significó el Caupolicanazo, que convocó a 5 mil mujeres que querían tener una institución a cargo de la infancia. La mujer empezaba a tener un nuevo rol que dejaba el plano discreto de la casa para entrar al mundo laboral y que necesitaba dejar cuidados a sus hijos”.
Nuri Gárate se tituló como educadora de párvulos en la Universidad de Chile en Arica. Ingresó a la Junji en 1974 y una de sus primeras tareas fue delinear el trabajo de la Dirección Regional Metropolitana (DRM). “Entré por la calle Eliodoro Yáñez, donde estaba la puerta principal. La Junji estaba rearmándose después del Golpe de Estado, no había una DRM estructurada, sólo una directora regional con una secretaria. Entré buscando trabajo y me equivoqué y subí las escaleras, me atendió la secretaria y me hizo pasar y ahí Erna Leighton, vicepresidenta ejecutiva de la época, me dijo que necesitaban a una persona y le conté que había sido ayudante de supervisora en Arica, por lo que me contesta quiero que te quedes”, recuerda Nuri.
Gerda Veas reflexionó: “Tuve la suerte de estudiar en la época de oro de la Escuela de Educación Parvularia, con Rebeca Soltanovich, Linda Volosky y Dina Alarcón, todas académicas que transmitieron a sus alumnas una educación más progresista. La Junji se creó con dos grandes objetivos: atacar la desnutrición infantil y facilitar la incorporación de la mujer al trabajo. Sin embargo, al interior ya había personas que comenzaron a exigir que tuviera un sentido educativo”.
Recuerda Gerda que para entrar a la carrera dio todos los exámenes y le fue tan bien que su nombre figuraba primero en la lista: “Rebeca fue quien nos inculcó lo que era la carrera, saber la responsabilidad que se nos venía encima; ella nos explicó que seríamos pioneras en Chile y en toda Latinoamérica. Mis compañeras de generación formaron parte del primer equipo técnico de la Junji. Yo trabajaba en otra cosa, pero seguía de cerca todo lo que pasaba y fui a hablar con Manuel Ipinza que fue el tercer vicepresidente ejecutivo que tuvo la Junji, convocado por el Presidente Salvador Allende en su calidad de pediatra, y quien armó el plan que sería la base de lo que es la Junji hoy”.
Eugenia Aránguiz dijo que luego de titularse como asistente social en la Universidad de Chile en Talca, “en El Mercurio se publicó un llamado a profesionales porque en la Dirección Regional Metropolitana necesitaban asistentes sociales, educadoras y nutricionistas. Elegí la sede Oeste que estaba en una casa en el barrio Yungay; éramos cuatro asistentes sociales. La situación del país era terrible, la pobreza era extrema. En la Junji entraban los niños y niñas que tenían desnutrición grado dos y tres y los demás quedaban en listas de espera”.
Para Eugenia los jardines infantiles cumplieron un gran rol, no sólo en el desarrollo de niñas y niños, sino también de las mujeres: “Las apoderadas venían a colaborar con los equipos educativos. Los jardines infantiles eran espacios donde las mujeres podían encontrarse, hablar de las situaciones que vivían, formarse como lideresas de los centros de padres, madres, y apoderados. Muchas mujeres aprendieron a leer en los jardines infantiles. Hubo talleres de distintos oficios. La Junji fue un espacio de acogida para las mujeres en situación de pobreza, salvó a niños y niñas de la desnutrición, en un trabajo conjunto con la Corporación para la Nutrición Infantil (Conin)”.
Finalmente, Nuri Gárate recordó sus primeras visitas de supervisión a los 64 jardines infantiles que tenía la Junji en esos años. “Se observaba un ambiente tenso, equipos de jardines temerosos frente a las supervisiones, lo que significó un trabajo de rescate por la confianza y de apoyo. De vuelta a la democracia, se comenzó a promover la educación de calidad y se levantaron los primeros criterios de calidad. Además, empezaron a surgir diferentes modalidades de atención que llegaron a diez”. Nuri Gárate jubiló el año 2010 y en 2017 fue nuevamente invitada a trabajar en la Junji. “Estoy feliz de seguir aportando y trabajando para entregar educación de calidad”, concluyó.