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El juego como derecho esencial para la infancia y motor de transformación

Santiago, (@JUNJI_Chile). Cada 11 de junio se celebra el Día Internacional del Juego, una fecha que busca visibilizar la importancia de preservar, promover y priorizar el juego en la vida de niñas y niños. Según las Naciones Unidas, el juego es esencial para el desarrollo físico, emocional, social y cognitivo de la infancia. Fomenta la creatividad, la resiliencia y el aprendizaje, ayudando a que cada niña y niño pueda desplegar todo su potencial.

Pero ¿por qué es tan relevante el juego en el desarrollo infantil? Especialistas y documentos oficiales coinciden en que no se trata solo de una actividad recreativa, sino de una experiencia vital que sostiene el bienestar integral y el aprendizaje significativo.

Jugar por el simple hecho de jugar

“La mayor riqueza del juego es cuando se despliega sin una finalidad, cuando no se lo considera como un medio para lograr un objetivo, ya que tiene un fin en sí mismo: jugar porque sí, jugar habitando el momento presente”, explican desde la Sección de Gestión Curricular del Departamento de Calidad Educativa de JUNJI. Para las profesionales, esta cualidad convierte al juego en uno de los derechos fundamentales de la infancia.

Una historia de teorías y transformaciones

El valor del juego ha sido reconocido a lo largo de la historia por múltiples corrientes pedagógicas. Ya en el siglo XIX, figuras como Marie Pape-Carpantier y Federico Fröebel sentaron las bases del concepto de kindergarten, destacando el rol del juego en el aprendizaje y el desarrollo emocional de las niñas y niños. Actividades como rondas, cantos y juegos estructurados se promovieron como fundamentales en esta época.

Décadas más tarde, el psicólogo suizo Jean Piaget profundizó en el estudio del juego y lo vinculó directamente con las etapas del desarrollo cognitivo. Desde el juego funcional, pasando por el simbólico hasta el reglado, Piaget mostró cómo el juego evoluciona y acompaña el crecimiento de las capacidades mentales y sociales.

Ya entrado el siglo XXI, diversas investigaciones han subrayado el valor del juego como herramienta de aprendizaje creativo, participación y desarrollo de habilidades, lo que ha llevado a su inclusión explícita en políticas educativas.

Un principio pedagógico para toda la trayectoria

La Subsecretaría de Educación Parvularia destaca la importancia de garantizar el juego a lo largo de toda la trayectoria educativa, especialmente en los niveles de transición, donde existe el riesgo de una excesiva escolarización que limite el juego libre.

“Las Bases Curriculares de la Educación Parvularia (BCEP, 2018) reconocen al juego como un principio pedagógico transversal. Se espera que las experiencias pedagógicas incluyan espacios de exploración autónoma y juego libre que favorezcan la autonomía y creatividad de guaguas, niñas y niños”, indican desde el organismo.

Tiempo y espacio para jugar

Para la docente e investigadora argentina Patricia Sarlé, dos factores fundamentales para el juego son el tiempo y el espacio en que ocurre. “Tiempo para pasar del caos de la exploración inicial al orden que provoca el compromiso y la risa. Tiempo para aprender, para descubrir reglas y también para alterarlas. Tiempo para entrar en ese territorio donde lo real se pone en pausa y lo importante es el goce de jugar”, afirma.

Y subraya: “Si esto sucede en la escuela, se enriquece por la posibilidad de contar con un espacio protegido, seguro, donde se respetan los tiempos personales y se ofrecen perspectivas diferentes”.

El círculo mágico y la posibilidad de transformar

La doctora en Ciencias Sociales y experta en derechos humanos Gabriela Magistris, introduce un concepto clave para comprender el poder del juego: el «círculo mágico», acuñado por el historiador Johan Huizinga en 1938. Este “envoltorio” simbólico protege al juego del mundo real, pero también permite que la realidad sea transformada al tomarse como juego.

“¿Cuánto somos capaces de preservar ese círculo mágico en nuestras instituciones cotidianas? ¿Podemos defenderlo como una trinchera de existencia, no solo para las niñeces, sino como una esfera de vitalidad humana intergeneracional?”, se pregunta Magistris.

En esa misma línea, la escritora Vir Cano (2021) destaca que el juego nos invita a conmovernos, a experimentar roles fuera de los libretos culturales desgastados y a habitar lo “im-posible”: la capacidad de inventar nuevas reglas que se construyen colectivamente.

Un derecho reconocido internacionalmente

En 1989, la Convención sobre los Derechos del Niño reconoció en su artículo 31 el derecho de niñas y niños al descanso, al esparcimiento, al juego y a las actividades recreativas propias de su edad. Este reconocimiento internacional consagra el juego no solo como una actividad deseable, sino como un derecho fundamental a ser garantizado por los Estados.

Como decía Huizinga en Homo Ludens, “el juego está en el origen de la cultura”. Entenderlo así nos lleva a asumir una responsabilidad mayor: proteger el juego es proteger el desarrollo humano, la imaginación, la libertad y el derecho a ser niño y niña plenamente.

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